Rebanadas
de Realidad
- Madrid, 08/11/07.-
Los
comentaristas políticos suelen referirse al Partido Popular y a su honorífica
cabeza Aznar como al partido conservador. ¿Se dará algún punto de contacto
con el Partido Conservador inglés, por ejemplo? Concluyan ustedes mismos.
¿No se daría una mayor simbiosis con Le Pen?
Tradicionalista,
decía Ortega, es el que sitúa el pasado en su marco temporal exacto. Aparte
la necesaria y poco frecuente distinción entre pasado e historia, quien
no hace de su vida un proyecto de futuro permanece embrionado en un complejo
de Edipo o Electra.
Aznar
anda por montañas lejanas (me temo que nevadas) y desiertos remotos. Perdido
está Aznar insultando la inocencia de la arena, blasfemando contra la
elegancia de las palmeras y enfrentándose a los músculos del monte. Perdido.
En la soledad más absoluta, sin un etarra que llevarse a la boca, sin
ni siquiera tener la fuerza para hacer del terrorismo el terrorismo que
él desea. Hasta el terrorismo de ETA, que atentó contra él, ha abandonado
su prepotencia napoleónica. La ETA asesina mata, pero no donde Aznar quiere
y exige.
Aznar
no llega a la esférica categoría de la naftalina. Ni es tradicionalista,
ni conservador, ni distingue pasado e historia. Es sencillamente un destructor.
Allí donde pisan su pluma o su palabra no vuelve a pasar el viento. Nada
ha quedado a su alrededor. Ni siquiera el oasis compasivo e ilusorio de
un mañana. Sólo sangre irakí, sangre fechada el 11 del 3, sangre coagulada,
sólo coagulada, de Rajoy, Acebes o Zaplana.
Aznar,
sin dignidad de Quijote, enloquece contra los poderes de un Estado de
derecho: destruye la justicia, convoca al Parlamento para repartir fotos
de las Azores y lancea a un Gobierno surgido de las urnas porque en las
urnas sólo intuye ataúdes elegantes.
Es
repugnante la actitud de Aznar frente a los trenes humeantes. Su partido
no perdió las elecciones el 14 -M. Las perdió en el momento mismo en que,
desentendido de la tragedia de toda España, prefirió mentirle a la ONU,
a las embajadas, a la prensa, a la ciudadanía. Las perdió cuando por boca
del vergonzante Acebes llamó miserables a todos los que, comiéndose su
pena, intuían los caminos oscuros de la sangre inocente.
Aznar
no se ha reinsertado en una sociedad digna que sufrió la indignidad de
Irak y que condecora de cariño a los peruanos, los rumanos, los españoles,
los marroquíes que aquel día iban al trabajo y encontraron el infinito
INEM de la muerte.
Este
Aznar apóstata de la dignidad de una nación no merece ni el tercer grado
de redención. En cada aula americana donde habla sitúa el mapa de España
y clava en su costado todo el odio acumulado que le inyecta la FAES y
la COPE. Le queda la asistencia espiritual del Cardenal Cañizares al que
no le preocupan los muertos pero sí los muslos lésbicos de las rosas.
|