Rebanadas
de Realidad
- Ciudad de Panamá, 27/04/08.- Cuando
escucho los dramáticos acontecimientos que afectan a la hermana república
de Bolivia en estos días tengo una fuerte sensación de “deja vú”, como
dirían los franceses. Esto lo he visto antes. ¿Dónde? ¡Ah! Es la misma
estrategia de Estados Unidos que separó a Panamá de Colombia en 1903
para apoderarse del canal.
Los panameños que
aún creen en las mentiras históricas contadas por nuestros historiadores
al servicio de la oligarquía y el imperialismo yanqui, especialmente
aquellos que se dicen de “izquierdas”, que miren hacia Bolivia en 2008,
y aprenderán algo de historia panameña.
En Bolivia, desde
la elección abrumadora del presidente Evo Morales, en enero de 2006,
el imperialismo norteamericano y europeo, en asocio con la oligarquia
blanca que ha explotado, oprimido y discriminado a la mayoría indígena
de ese país por 500 años, se han dedicado a la tarea de sabotear todas
las iniciativas del gobierno.
Primero, empresas
transnacionales y oligarcas “nacionales”, trataron de bloquear la nacionalización
del gas decretada por Evo. Recurso natural que dichas empresas venían
explotando por décadas sin entregar al país casi nada de las ganancias
que se embolsaban.
Luego procuraron
sabotear la Asamblea Constituyente, electa democráticamente, en que
el pueblo de TODAS las provincias (incluida Santa Cruz) ratificó, para
redactar un nuevo modelo de país, a los partidarios de Evo Morales y
a una mayoría de diputados indígenas, hasta entonces excluida de la
participación política y las grandes decisiones.
Inventaron que,
para aprobar los artículos de la nueva Constitución, el gobierno debía
aceptar de las imposiciones de una oposición castigada con una escasa
representación por parte del voto popular, aduciendo una que sólo podía
aprobarse por una mayoría de 75% de los diputados y no por mayoría simple
(mitad más uno),
Cuando, después
de meses de sabotaje, los diputados decidieron aprobar la nueva Carta
Magna, cuetionaron la “capitalidad” de La Paz, obligaron a mover de
ciudad las sesiones y pusieron manifestantes violentos que agredieron
a los diputados aymaras, quechuas y de otros grupos étnicos en las puertas
de la Asamblea Constituyente.
En el interín, la
oligarquía racista boliviana, asesorada por el embajador yanqui Philp
S. Golberg (que antes trabajó en Kosovo ayudando a la fragmentación
de las exYugoslavia), inició una campaña para prejuiciar a los “mestizos”
contra los indígenas. Campaña acompañada de ataques armados de grupos
paramilitares contra organizaciones obreras y populares que apoyan al
gobierno. El objetivo, anular su presencia en las provincias del este
del país donde los pueblos originarios son menores que en la sierra.
Su labor de división
del país continuó tratando de legitimar ideológicamente la existencia
de dos Bolivias, la blanca y la india, para justificar la división del
país, el desconocimiento del gobierno y las autoridades legítimamente
electas. Ese divisionismo, disfrazado de “separatismo” adoptó ahora
el llamado a unos referéndums ilegales en Santa Cruz, Beni, Pando y
Tarija que buscan declararse independientes del gobierno central.
Como ha dicho el
diplomático boliviano, Jorge Alvarado: “Ellos persiguen separarse de
Bolivia porque consideran que en su territorio se encuentran las mayores
riquezas, reservas importantes de hidrocarburos, las tierras más productivas
y con esas riquezas pueden mantenerse”. Cuyos frutos no quieren compartir
con las mayorías desposeídas, tal y como vienen haciendo desde la Colonia.
Agrega el embajador
boliviano, “detrás de todo esto está el imperio”. “Quieren es dividir
al país para reinar –señala- no sólo en Bolivia, sino en Latinoamérica,
porque la intención de Estados Unidos es dividir a los países latinoamericanos
con esos pretextos del separatismo”.
El objetivo de Estados
Unidos es claro: obtener el control de los recursos naturales bolivianos,
en especial el gas, que serán cedidos gustosamente por los gobernadores
separatistas, anulando los impuestos y la nacionalización hecha por
Evo Morales.
La política contienental
de Estados Unidos del “divide y vencerás” no es nueva. Tiene 200 años
de aplicación en el continente, desde la famosa doctrina del “América
para los americanos”. Y fue advertida y vaticinada por Bolívar numerosas
veces, en especial en la convocatoria al Congreso Anficitiónico de Panamá
en 1826.
Ese “divide y vencerás”
se aplicó literalemente en Panamá, en 1903, por parte de Teodoro Roosevelt
para apoderarse de nuestro principal recurso natural, la posición geográfica,
y construir un canal controlado por ellos.
Primero propusieron
un borrador de tratado tan leonino que, cuando los negociadores colombianos
(Martínez Silva y Vicente Concha) se opusieron, forzaron su retiro,
hasta que el embajador colombiano firmó, sin consultar a su gobierno,
el oprobioso Tratado Herrán-Hay en enero de 1903.
Cuando el tratado
empezó a encontrar una tenaz resistencia de la opinión pública, panameña
y colombiana, y se hizo evidente que no se aprobaría sin modificaciones
en el Senado colombiano, Estados Unidos empezó a preparar el “plan b”,
es decir, la separación de Panamá de Colombia.
Para ello contó
con la decidida colaboración de la oligarquía conservadora panameña,
hasta ese momento aliada del gobierno conservador de Bogotá presidido
por Marroquín, cuyos líderes eran, casualidad (!), dos empleados de
la Compañía del Ferrocarril de Panamá, José A. Arango y Manuel Amador
Guerrero (el último cartagenero). Cerradas las sesiones del Senado en
Bogotá, el 30 de octubre de 1903, se procedió a realizar la separación
el 3 de noviembre, con una cuantiosa flota militar norteamericana.
Quince días después
se firmaba en Washington el Tratado Hay-Bunau Varilla, por un francés
accionista de la Compañía Nueva del Canal, con aprobación de la ilegal
Junta Provisional de Gobierno panameña, compuesta por conspicuos oligarcas
del patio, que lo ratificó en inglés y sin traducción oficial. Por esa
vía, Estados Unidos se apropio del Canal de Panamá, del que salieron
en el año 2000 después de un siglo de luchas generacionales del pueblo
panameño.
Para dar apariencia
legítima a este acto intervencionista, los historiadores al servicio
de la oligarquía, procedieron a reescribir la historia tratando de encontrar
un supuesto anticolombianismo de los panameños durante el siglo XIX,
igual que hoy hace la oligarquía boliviana para dividir al pueblo entre
“indios” y “cambas”.
Lamentablemente,
en Panamá, mucha gente progresista sigue imbuida de la falsificación
histórica sin querer aprender la lección que nos legara el propio Libertador
Simón Bolívar: sólo la unidad nos hará libres, los divisionismos regionalistas
son fomentados por intereses extranjeros y oligarquías locales para
sojuzgarnos.
Por ello, los panameños
más que nadie, debemos ser plenamente solidarios con el pueblo boliviano
que pugna por su liberación, denunciando a los divisionistas de hoy,
hijos de la casta de traidores que nos fragmentaron el siglo pasado
para beneficio del imperialismo norteamericano.
¡Viva
Bolivia unida!
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