Rebanadas
de Realidad
- Ciudad de Panamá, 06/11/08.- El
senador Barack Obama ha ganado con claridad las elecciones en Estados
Unidos, despertando el entusiasmo de millones de personas, no sólo en
aquel país sino en todo el mundo. Parece claro que la base electoral
que sustenta su triunfo está constituida por los sectores más explotados
y discriminados de la sociedad norteamericana: las llamadas “minorías”,
los afrodescendientes, los inmigrantes hispanos y los blancos pobres,
la clase obrera, víctimas de la crisis capitalista.
Por supuesto, como
todo fenómeno político y social, la victoria de Obama tiene dos caras:
por un lado, las expectativas que despertó su candidatura en millones
de oprimidos, que lo han convertido en su instrumento “para el cambio”
al que aspiran; por otro, la esencia conservadora del stablishment y
del aparato del partido que lo lleva al poder.
A riesgo de perder
la perspectiva en un análisis antidialéctico, no puede ignorarse ninguna
de ambas facetas. Enfatizar sólo la primera y olvidar la segunda, nos
conduciría a crearnos falsas ilusiones sobre lo que sucederá con la
política norteamericana a partir de ahora, y en los límites reales del
“cambio” con que se manejará el presidente electo. Hacer lo contrario,
es decir, olvidar el factor de las masas, su acción (el voto a Obama)
y sus expectativas, conduce a un error sectario que desprecia el nivel
de conciencia con sus avances y limitaciones.
Ambos factores se
erigen como un hecho objetivo que no se puede ignorar. Quienes creen
que la “obamamanía” es una simple maniobra del régimen norteamericano
para renovarse, vendida a través de los medios de comunicación, se ubican
en esa maniquea visión de la realidad que ante cada nuevo hecho sólo
ve la conspiración de una élite secreta que gobierna al mundo y le niegan
cualquier crédito a la acción y la conciencia de las masas. Despreciar
a las masas porque creen que son tontas es una actitud típica de la
intelectualidad pequeñoburguesa.
Obama es el candidato
triunfador de las elecciones porque existe una crisis profunda, no sólo
económica, sino política también del imperialismo norteamericano. Crisis
que, obviamente, la clase dominante norteamericana no desearía, pero
que incluso a ella se le presenta como un hecho objetivo, que no puede
controlar e intenta maniobrar con lo que tiene. Pero también es una
crisis porque objetivamente las masas norteamericanas están en un proceso
de ruptura y descreimiento con los políticos de Washington y sus partidos.
No olvidemos que
Obama no era la primera opción de la nomenclatura del partido demócrata,
sino la senadora Hillary Clinton. Obama se impuso en la primarias demócratas
porque levantó una crítica más radical que Hillary, tanto a la guerra
en Irak como al manejo corrupto de los políticos de Washington. Por
eso las bases obreras y populares, y de manera particular la juventud,
lo hicieron su candidato y lo impusieron hundiendo el proyecto cuidadosamente
construido por los dirigentes demócratas con Hillary.
Por supuesto que,
en la medida que Obama se constituía en fenómeno político, fue ampliándose
el círculo de la oligarquía yanqui en su entorno. La postulación del
senador Biden a la vicepresidencia graficó claramente el hecho, así
como la atenuación de sus críticas una vez aseguradas las primarias.
Lo cual hizo caer sus intenciones de voto al punto de ir perdiendo al
momento de realizarse las primarias republicanas. Pero nuevamente fue
catapultado gracias al destape de la profunda crisis financiera entre
septiembre y octubre.
¿Qué expresa el
voto de más de 50 millones de norteamericanos y el júbilo con que fue
recibida esta victoria electoral en todo el mundo, desde Kenia hasta
Cuba? No son simples “ilusiones”, son las profundas aspiraciones revolucionarias
al cambio, al “otro mundo posible” de los oprimidos. Todo un programa
revolucionario.
Primero, la votación
refleja un profundo rechazo a 500 años de explotación y discriminación
contra la gente de “color” en uno de los países más racistas del mundo.
La victoria de Obama es sentida por negros, hispanos, indios, mulatos,
de todos los continentes como una victoria democrática contra el racismo.
De ahí el júbilo de muchos por esta victoria. Es inevitable la comparación
con el triunfo de Mandela en Sudáfrica. Esto no cambia la esencia capitalista
del sistema norteamericano pero, qué duda cabe, es un triunfo democrático.
Segundo, quienes
le votaron exigen del nuevo presidente un cambio real en la política
económica: fin de los beneficios para los monopolios, en especial los
petroleros y a los clanes financieros, principales beneficiarios de
ocho años de gobierno republicano, ayudas a las familias pobres, a los
que están en riesgo de perder sus casas, empleos y defensa de la industria,
seguro médico universal, jubilaciones.
Tercero, son cincuenta
millones que aspiran a un cambio en la política exterior norteamericana,
empezando con el fin de la genocida guerra de Irak y Afganistán, por
el fin del unilateralismo de Bush, por el respeto a las instituciones
y a la legalidad internacionales, por el fin del “libre comercio” que
sólo favorece al capital financiero. ¿Cuántos cubanos de Florida votaron
esperando el fin del bloqueo a la isla?
Cuarto, los inmigrantes
y sus familias en América Latina (que dependen de las remesas) aspiran
a que cese la persecución inhumana que les ha deparado Bush, y se cumpla
el compromiso de no expulsar, sino legalizar a los millones que llevan
años trabajando en Estados Unidos.
Quinto, los ecologistas
y quienes comprenden el desastre al que nos conduce la depredación salvaje
sobre la naturaleza que realiza la globalización capitalista, esperan
medidas concretas de control a la emisión de gases de invernadero, a
las empresas mineras, etc.
Sin duda, Obama
acabará decepcionando a muchos. Sus compromisos con la burguesía norteamericana
y de su propio partido marcan un límite real a lo que va a ser su presidencia.
Seguramente veremos cambio de matices: un multilateralismo en política
exterior (que ya la crisis impuso al propio Bush, de ahí la Cumbre Económica
de este mes), una retirada ostensible pero no total de Irak, ciertas
políticas sociales a lo interno.
Pero la victoria
electoral que hoy se adjudica el pueblo norteamericano a través de Obama,
combinada con la segura inconsecuencia del futuro presidente en cumplir
estas aspiraciones, sienta las bases para saltos adelante en la conciencia
de millones de oprimidos, para que se den nuevas formas de lucha y de
organización. Así sea dentro del marco electoral burgués, millones han
descubierto que su acción es capaz de hacer cambios, y que éste es posible.
Eso es lo importante y lo que hay que celebrar.
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