Rebanadas
de Realidad
- Ciudad de Panamá, 10/01/10.- Sin
ningún recato el gobierno presidido por Ricardo Martinelli ha pisoteado
un principio básico de la democracia: la división de los poderes públicos.
En seis meses ha puesto bajo su control el Órgano Judicial, la Contraloría
General de la República y la Asamblea Legislativa (cuya mayoría es legítima,
por cuanto la ley electoral impidió participar a otros sectores sociales
y políticos). Ahora le llega el turno a la Procuraduría.
Todo esto se ha
hecho con la complicidad silenciosa de los medios de comunicación, el
cuarto poder, tan locuaces contra Hugo Chávez, pero controlados hábilmente
por Martinelli desde la propia campaña electoral, y en gran medida del
propio pueblo, que sigue depositando equivocadamente en él sus esperanzas
de cambio.
De las fuerzas
políticas tradicionales, sólo el PRD ha levantado la voz porque le conviene,
pero su crisis y baja credibilidad limitan el efecto de sus argumentos.
Después de todo, ¿Pérez Balladares y Martín Torrijos no hicieron lo
mismo?
La ambición desmedida
por el control absoluto del poder tendrá su culminación, cual fresa
en el helado, en un rumorado proyecto de reforma constitucional, cuyo
corazón sería la reelección presidencial inmediata en 2014. Reforma
que se pretende hacer desde la propia Asamblea Legislativa, dócilmente
controlada por el Presidente. ¿Este es el “cambio” que se prometió en
campaña? Definitivamente, NO.
El problema central,
el presidencialismo extremo, no está en el carácter del Presidente,
cuyo talente se conoce desde antes de ser electo, sino en la propia
institucionalidad definida por la Constitución Política de 1972, emparchada
“en democracia”, y reglamentada por el Código Electoral antidemocrático
vigente.
La lógica indica
que este régimen presidencialista, fuente de la repudiada corrupción,
ha entrado en una crisis cada vez más evidente, y que una de las aspiraciones
populares, incluso expresada en el voto a Martinelli, era modificarlo
radicalmente. Y para cambiarlo democráticamente se requiere la convocatoria
de una Asamblea Constituyente.
Para una Constituyente
“originaria” se requiere una de dos cosas: o un acuerdo inteligente
de la sociedad civil y los partidos políticos para convocarla antes
que reviente la olla de presión; o que el pueblo, harto de la situación,
salga a la calle imponiendo los cambios a los que legítimamente aspira,
que se le prometieron y no se han cumplido.
Quienes controlan
el poder no suelen recortárselo a las buenas, por ende, sólo queda la
segunda opción. Se dirá correctamente, por ahora la segunda posibilidad
está lejos porque el pueblo sigue creyendo en el hombre. Pero, ¿cuánto
durará la luna de miel? Vaticino que poco luego de los regalos de Año
Nuevo: aumentos de la luz, el agua, la gasolina y el ITBM.
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