Rebanadas
de Realidad
- Ciudad de Panamá, 01/04/10.-
El
Istmo de Panamá es una de las regiones que más tarde se sumó al movimiento
de Independencia de Hispanoamérica. Aquí no hubo rastros de un movimiento
autonomista sino hasta 1820, y la primera declaratoria de independencia
no llegó sino hasta noviembre de 1821, cuando ya el proceso estaba consolidado
en esta parte del continente. Las razones del independentismo tardío
panameño son varias y pueden ser encontradas en la obra Apuntamientos
Históricos (1801 – 1840), del criollo istmeño Mariano Arosemena.
La familia Arosemena
pertenecía a la élite criolla más ilustrada del Istmo de Panamá, dedicada
al comercio como fuente de ingresos. Mariano tuvo una formación académica
de nivel universitario en Lima, y ocupó diversos cargos administrativos
en el régimen colonial. En el momento decisivo de la Independencia panameña,
jugó un papel primordial, como editor del primer periódico local, de
inclinaciones liberales, y fue uno de los actores clave de la proclama
del 28 de Noviembre de 1821, pagando del pecunio familiar a las tropas
españolas que quedaban para que se retiraran hasta La Habana.
Los Apuntamientos
de Mariano Arosemena constituyen una obra de casi trescientas páginas
en las que se reseñan las primeras cuatro décadas del siglo XIX en el
Istmo, abordadas año por año, con el acierto de enmarcarlas en los acontecimientos
continentales, para lo cual usa como referencia la Historia de la Revolución
de la República de Colombia, de José Manuel Restrepo. Este libro permaneció
inédito hasta 1949 cuando fue rescatado por el historiador Ernesto Castillero
R.
¿Por qué el Istmo
de Panamá fue una de las últimas regiones en sumarse al proceso independentista?
De nuestra lectura de los Apuntamientos, se desprenden varios factores
que responden a la pregunta: crisis demográfica en el Istmo, de la cual
se deduce la ausencia de producción agrícola o artesanal, con la consecuente
debilidad de los actores sociales que fueron decisivos en otras regiones
(artesanos, esclavos y masas de campesinos indígenas), su situación
geopolítica que la convirtió en fortín español y, no menos importante,
un criollismo fundamentalmente dedicado al comercio, con la capacidad
de adaptación oportunista que es característica de esta clase social,
con tal de salvar sus negocios.
La crisis demográfica,
económica y cultural es descrita con minuciosidad por don Mariano: “En
1802 hallábase el país empobrecido, arruinado. Le faltaban elementos
de la vida social, el comercio i las industrias, subsistiendo, solamente,
una agricultura de productos para el consumo doméstico, como arroz,
mais, raices, legumbre i plátanos. La ganadería se había abatido por
la falta de provisión a los viajeros, que habían abandonado el Istmo
desde que faltaron los negocios comerciales…”.
Más adelante agrega:
“Eran las costumbres i los hábitos, en los pueblos de este Istmo,
cónsonos del todo con su condición colonial española. Poco adictos los
colonos al trabajo personal, i siéndoles fácil, de otra parte, mantener
su vida física con arroz, plátano, frijoles i pescado, que todo ello,
por su abundancia adquirían …, la ociosidad i la pereza eran generalmente
acojidas por la muchedumbre. Del estado de vagancia resultaba que los
hombres estuvieran mal entretenidos, i se dieran a la bebida de licores
fuertes, o la chicha o guarapo”.
La decadencia del
Istmo de Panamá era en parte expresión general de la decadencia española
y de su comercio. Por ejemplo, Mariano, señala cómo, pese a que la Corona
había revivido la Casa de Contratación y autorizado el comercio desde
todos los puertos españoles, incluso con mercancías extranjeras, en
1804 no arribó ningún mercante procedente de España a las costas panameñas.
Pero esa decadencia
general se vio potenciada en Panamá desde que, en 1740, se habían suspendido
las Ferias de Portobelo, por las cuales se comerciaba a través del Istmo
con el Pacífico americano desde y hacia la península Ibérica. Ese hecho,
motivado por los constantes ataques de piratas y corsarios ingleses,
había destruido el motor de la vida económica en Panamá.
“En semejante
estado de cosas, no quedaba a los istmeños otro expediente que abrazar,
que proveer, como remedio al mal, a sus poblaciones, de jéneros de contrabando…
Algunos de nuestros comerciantes se pusieron en relación con otros de
la isla de Jamaica… Los buques contrabandistas, unas veces se presentaban
en la costa de Coclé, otras en la de Chágres…”.
Según Omar Jaén
Suárez, las ciudades terminales de la ruta transístmica sufrieron una
decadencia demográfica y una migración masiva al campo en busca de una
economía de subsistencia. Panamá no podía ni siquiera pagar al funcionariado
colonial, principalmente, soldados, los que eran asalariados desde Lima
y Bogotá mediante un mecanismo administrativo denominado el “situado”.
Esta crisis económica
y demográfica tenía evidentes consecuencias políticas: “El Istmo,
entretanto, se hallaba insensible a lo que pasara en política en Europa
i los Estados Unidos de América. Parecía como si no fuera del interés
nuestro ese movimiento de libertad i reformas, que experimentaba el
mundo. Tal era el estado de abatimiento de la colonia, descuidada en
su educación moral i política. Mucho contribuyera a esto la falta de
establecimientos de enseñanza, la prohibición de libros que no fueran
el Año Cristiano i otros relijiosos de la creencia católica…, i la falta,
en fin, de trato con los extranjeros… Sabíamos lo que los españoles
querían que supiéramos…” .
Recién en 1808,
don Mariano consigna en sus anales un cierto despertar del “espíritu
público” en el Istmo, en gran medida gracias a la llegada de viajeros
con nuevas de todas partes. Pero es a partir de 1809, año de la invasión
napoleónica a España, en que las autoridades coloniales toman dos medidas
que mantuvieron apaciguados los ánimos en Panamá: la autorización para
el comercio con los ingleses asentados en Jamaica, que existía de hecho
como contrabando previamente, y medidas coercitivas contra las libertades
democráticas.
En cuanto al primer
aspecto, la permisividad respecto a este comercio, va a traer una leve
prosperidad al Istmo en los siguientes años, y esta medida se va a mantener
hasta el momento mismo de la declaración de Independencia.
En el segundo aspecto,
Panamá va a recuperar su importancia estratégica desde la perspectiva
militar. El ejército colonial lo va a usar como punta de lanza y base
de operaciones en la lucha contra la independencia en Sudamérica, por
lo cual las autoridades coloniales la convirtieron en un punto de asentamiento
y distribución de tropas hacia otras regiones, e incluso en sede del
Virreinato en varias ocasiones.
Don Mariano confiesa:
“… el reino de Tierra-firme,… estuvo convertido en un cuartel general
contra la revolución de la Nueva Granada, i consiguientemente pesaban
sobre los istmeños los intensos males de la guerra… este Istmo esperimentó
conscripciones militares, violentas tropelías i falta de garantías individuales…
Nosotros veíamos con harto dolor esas hostilidades i desmanes, que necesariamente
atrajeron hacia nosotros el odio i la detestación de los patriotas,
nuestros coasociados del Nuevo Reino de Granada…, llevábamos la nota
de ser amigos de la España... Pero cómo remediarlo! ¿Alzaríamos la voz
en alto, pidiendo que se abstuvieran los españoles i el gobierno colonial,
de esas empresas militares, contra los granadinos? Estamos seguros de
que no habrá un solo hombre bien enterado de nuestra situación de entonces,
que nos condene por el silencio que guardamos, a mas no poder, sobre
la conducta que observaran nuestros amos”.
El Istmo de Panamá
estuvo completamente ausente de todo el proceso independentista hasta
1821. No hubo delegados istmeños ni en el Congreso de las Provincias
Unidas, ni en el de Angostura, pese a que fueron invitados a participar.
El otro factor que
explica la carencia de un movimiento independentista en el Istmo, es
la propia actitud de la clase dominante. Antonio Nariño, en su periódico
La Bagatela (octubre de 1811), explicaba por qué las ciudades puertos
fueron las más reticentes respecto al movimiento independista de 1810,
creemos que los mismos argumentos son válidos para Panamá:
“¿Por qué es
que Cartagena, Santa Marta, Maracaibo y Coro reconocen la Regencia?
La razón es bien sencilla: porque son pueblos comerciantes como Cádiz…
Los puertos de mar mantienen la esclavitud por conservar sus caudales
y no perder el tráfico. Las cadenas de los puertos de mar les vienen
en los fardos de los traficantes. Obsérvese que éstos y los malos eclesiásticos
son los más obstinados contra nuestra libertad; los unos por la codicia
de sus negociaciones y los otros porque del embrutecimiento y la esclavitud
sacan su partido….” (citado por Indalecio Liévano Aguirre).
En este sentido,
lo que más llama la atención del libro de don Mariano Arosemena es que,
siendo un libro testimonial, redactado décadas después de los acontecimientos,
y pese a reiterar que, entre 1810 y 1820, “los patriotas” panameños
debían sufrir calladamente a las autoridades coloniales, no identifica
ni una persona, ni grupo de personas, ni un acto, ni una reunión, que
grafique intento alguno de conspiración por la independencia en el Istmo
de Panamá, hasta entrado el año de 1820.
La única alusión,
no muy heroica, a la participación de algunos panameños en el proceso
independentista, previo a 1820, la hace refiriéndose a sus propios hermanos,
que estudiaban en Bogotá, hacia 1809, cuando el Virrey Amar toma medidas
represivas para evitar una sublevación: “Los jóvenes panameños Juan
i Blas Arosemena, que después de concluidos sus estudios, permanecían
en Bogotá para recibirse de abogados, salen precipitadamente para este
Istmo, por hallarse complicados en la revolución”.
Los personajes liberales,
los grupos y las acciones se hacen visibles en Panamá, de acuerdo a
Arosemena, recién después de la sublevación del general Riego y la instauración
del régimen liberal en España, con la restitución de la Constitución
de Cádiz (de 1812). Y, más que como independentistas, estos liberales
panameños, se mueven inspirados bajo las directrices de Riego y Quiroga.
Antes de esa fecha, los liberales panameños, de existir, estaban “pecho
a tierra”.
“La transformación
política de España fué de grande trascendencia para este reino de Tierra-Firme…
Los istmeños, como un paso preliminar para nuestra deseada emancipación
de la metrópoli, hicimos traer a esta ciudad una imprenta, para establecer
un periódico liberal, cónsono con nuestro programa de independencia.
La imprenta llega en marzo, móntase y fúndase “La Miscelánea”, de publicación
semanal, de que fueron redactores los ciudadanos Juan José Argote, Manuel
María Ayala, Juan José Calvo i Mariano Arosemena, e impresor José María
Gotilla. Con este periódico se hizo tanto a favor de la independencia
jeneral de la América hispana i de los principios republicanos, que
las autoridades del Istmo se alarmaron”.
No es hasta después
de la victoriosa revolución del general Riego contra Fernando VII, el
1 de enero de 1820, que se organiza en Panamá un Cabildo constitucional,
pese a que en el resto del continente, esfuerzos similares se venían
dando desde 1809 – 1810. En esas circunstancias, 1820, es cuando se
produce la primera elección de alcaldes criollos en Panamá, siendo electos
Luis Lasso de la Vega y el propio Mariano Arosemena. “El pueblo, por
primera vez, usó del derecho de elección en lo municipal…”, aunque no
queda claro si hubo elecciones generales o sólo votaron los notables
del Cabildo.
Sin embargo, el
veranillo democrático duró poco, ya que unos meses después Sámano, ahora
investido del cargo de Virrey, entró con una fuerza militar en la ciudad
de Panamá, y la élite criolla del Istmo supo callarse convenientemente:
“La imprenta, sin embargo, bajó de tono, i las reuniones de los patriotas
cesaron, apareciendo en nuestra patria el silencio de las tumbas i el
aspecto lúgubre de la muerte social”.
Durante 1821, el
Cabildo designa nuevas autoridades, encabezadas por Narciso de Urriola,
descendiente de la familia criolla más importantes en ese momento, y
se elige un representante para las Cortes españolas. “Los panameños
trabajábamos a favor de las doctrinas políticas liberales de la metrópoli”.
Contrario a los
mitos creados por nuestros historiadores oficiosos al servicio de la
clase dominante panameña, el relato de Mariano Arosemena, sobre lo acontecido
en 1821, muestra el carácter taimado y oportunista de nuestros comerciantes,
completamente alejados de ningún sentimiento patriótico, y mucho menos
heroico, que siempre ponen cuidado a ver por donde soplan los vientos
para ubicarse luego a conveniencia.
Un cúmulo de circunstancias
favorables, finalmente, convencieron a los criollos panameños de pasarse
al bando de la Independencia: el 28 de enero Maracaibo proclamó su independencia;
el 6 de mayo, se crea la Gran Colombia, de la fusión entre Venezuela
y la Nueva Granada; en julio, el mariscal Sucre lucha victoriosamente
por la liberación del Ecuador; ese mismo mes, San Martín concreta la
independencia de Chile; el 6 de agosto se produjo la batalla de Carabobo,
que selló la independencia de Venezuela; el 15 de septiembre Guatemala
se declara independiente; el 27 de septiembre la ciudad de México cae
en manos de Iturbide; Cartagena fue liberada el 1 de octubre.
Como consecuencia
de la lógica militar, ya Simón Bolívar había ordenado que se preparara
una fuerza invasora sobre el Istmo panameño organizada desde Cartagena,
con 5,000 hombres y un centenar de buques que debía caer sobre Portobelo.
Al respecto dice Mariano Arosemena: “… por manera que si no nos hubiésemos
lanzado audaces los istmeños a los peligros inherentes a la proclamación
de la independencia por nosotros mismos, esa gloria que supimos ganar
no fuera hoi el laurel honroso que nos ennoblece”.
Para completar la
dicha de nuestros comerciantes, evitándoles algún sacrificio, el virrey
Sámano muere en Panamá el 3 de agosto; y, posteriormente (22 de octubre),
el general Murgeon se vio obligado a zarpar con el grueso de sus tropas
para combatir en Ecuador, dejando el mando militar en manos del general
José de Fábrega, realista, panameño y uno de los mayores terratenientes
de la provincia de Veraguas, quien antes había combatido contra los
patriotas de la Nueva Granda y que acabaría como “prócer” de
la Independencia panameña.
Pese a todas esas
buenas noticias, la élite criolla istmeña, asumía la siguiente actitud:
“Sin embargo, encubríamos nuestras aspiraciones cordiales para que
el capitán general (Murgeon) continuara iluso en su pretensión de que
fuéramos súbditos de la monarquía, ya regenerada”.
A esas alturas (octubre)
la prudencia seguía siendo la norma política de nuestros criollos: “Sobre
todo, no era prudente exponer a un fracaso nuestro plan de libertad…
Era el cuidado de los corifeos de la independencia istmeña prevenir
todo acto inconsulto i precipitado. Teníanse, pues, reuniones secretas,
dirijidas a ir madurando el gran proyecto de salvación”.
Hasta que, por suerte,
un levantamiento popular en la Villa de Los Santos, mayormente compuesta
por pequeños campesinos, vino a acabar con tanta prudencia, y el 10
de noviembre de 1821, es la primera población panameña que tuvo el valor
de proclamarse independiente de España.
Décadas después,
cuando Mariano escribe sus Apuntamientos, todavía conserva una crítica
contra los “novicios” santeños, que realizaron un movimiento
revolucionario “irregular i deficiente”, según él, puesto que
se contentaron simplemente con proclamarse “independientes”,
sin definir qué tipo de gobierno se daban, “ni cosa alguna sobre
los negocios de la transformación política”.
Pero aún así, los
criollos del Cabildo de Panamá, prefieren optar por “medidas suaves”,
y no se suman a la proclama, porque “un alzamiento repentino contra
esa fuerza brutal mercenaria, hubiera sido aventurado”. Los comerciantes
panameños no estaban dispuestos a arriesgar sus vidas, así que se decidieron
por el plan más incruento: sobornar poco a poco a la tropa realista
para que desertara.
“La delicada
misión de hacer desbandar la tropa, dejando a sus jefes sin un hombre
armado de que poder valerse, para seguir sosteniendo la causa de S.M.C.,
se la impusieron por sí mismos los ciudadanos Blas, Mariano y Gaspar
Arosemena, panameños los tres, i José María Barrientos, hijo de Antioquia,
quienes formaron con sus fortunas particulares los fondos necesarios
para el pago de los desertores”.
Es aquí cuando,
en una fecha entre el 10 y el 28 de noviembre, Mariano Arosemena hace
alusión, por primera vez, a otros actores sociales distintos a la élite
criolla. Según él, se crean dos o tres sociedades patrióticas conformadas
por “maestros de arte (artesanos) de más influjo en el pueblo, a
saber: Basilio Roa, Felipe Delgado, Abad Montecer, Juan Antonio Noriega,
Manuel Luna, Fernando Guillén, Bruno Agüero, Juan Berroa, Manuel Aranzasugoitía,
Salvador Berrío, José María Rodríguez, Alejandro Méndez, Guillermo Brinios,
Manuel Llorent, José Manuel Escartin: estos incorporaron a las sociedades
mencionadas a los discípulos suyo de confianza”.
Levantamos la hipótesis
altamente probable de que este sector popular fue el que aportó el brío
del que carecían los comerciantes criollos, acabando con las dudas y
las prudencias.
La noche del 27
de noviembre hubo una deserción masiva de soldados que constituían “casi
todas” las fuerza militares que quedaban en la ciudad. De manera
que, el 28 de noviembre, “el vecindario pidió que se reuniera el
Cabildo… y se reúnen en la casa consistorial… Un inmenso gentío se apoderó
de la barra, mientras que la plaza de la Catedral estaba llena de habitantes
de las dos parroquias… La primera proposición, sometida al debate, fue
si se proclamaría la independencia de este Istmo del Gobierno de España”.
Por supuesto, siempre
precavidos los comerciantes, dejaron en boca del presbítero Martínez
hacer la propuesta de votar por la afirmativa ante la primer proposición,
pero “a reserva de lo que resolvieran las Cortes del reino”.
Por suerte, cundió la razón y fue rechaza la consideración del presbítero,
y entonces fue que, con once años de retraso: “Panamá, espontáneamente,
i conforme al voto general de los pueblos de su comprensión. Se declara
libre e independiente del Gobierno español”.
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