Rebanadas
de Realidad
- Ciudad de Panamá, 19/05/12.- Al
tiempo que la tenaz lucha del pueblo Ngäbe-Buglé ponía al país entero
a pensar sobre la forma en que se viene manejando el desarrollo de industrias
como la minera e hidroeléctrica, y sus implicaciones para el ambiente
y la sociedad, hemos tenido la dicha de asistir al curso Problemas Contemporáneos
de las Humanidades y las Ciencias Sociales, dictado por el Profesor
Guillermo Castro Herrera en el Doctorado en Humanidades de la Universidad
de Panamá, y leer su libro El agua entre los mares (Editorial Ciudad
del Saber. Panamá, octubre de 2007). De manera que la acción política
solidaria con nuestros pueblos originarios y campesinos, ha podido ser
acompañada de una reflexión científica sobre el problema ambiental y
social. Ya conocemos el aforismo leninista que dice: “No hay acción
revolucionaria sin teoría revolucionaria, y viceversa”.
Guillermo Castro
es pionero en Panamá de la Historia Ambiental, una disciplina formada
en las últimas décadas para ayudar a comprender y responder a los problemas
sociales y ambientales que ha producido el modelo de desarrollo capitalista
a nivel mundial. Como él mismo explicara en el curso, sociedades pretéritas
han modificado el ambiente natural en que se han desarrollado, incluso
con consecuencias catastróficas a veces (se especula que esa pueda ser
la razón de la desaparición del imperio Maya, por ejemplo). Pero el
sistema capitalista, que ha integrado un “moderno sistema mundial” (en
la acepción de I. Wallerstein) bajo la lógica del capital, está produciendo
consecuencias ambientales y sociales que afectan al conjunto del planeta
y no ha una sola región como sucedió en el pasado.
Las fuentes teóricas
y bibliográficas de las que se nutre El agua entre los mares, tienen
su base en autores como: Donald Worster y Carl Sauer, referentes obligados
de los enfoques ambientalistas; Karl Wittfogel, de quien Guillermo Castro
toma el concepto de “civilizaciones hidráulicas” aplicándolo a Panamá;
James O’Connor, quien ha rescatado las perspectiva marxista de la relación
sociedad-naturaleza; Osvaldo Sunkel, contra quien debate el concepto
de “desarrollo” aplicado por la CEPAL en nuestro continente; Carolyn
Merchant, historiadora inglesa que describe el modelo de explotación
de los países “noratlánticos” de “conservación en casa y rapiña en el
resto del mundo”; Nicolo Gligo, chileno que estudia los efectos del
modelo “primario exportador” y el sistema “liberal-oligárquico” sobre
el ambiente y las sociedades latinoamericanas; Elinor Melville, que
estudia la relación entre los sistemas social y natural. Entre otros.
Para trazar una
historia ambiental de Panamá y reflexionar sobre las posibilidades de
nuevas formas de integración del ambiente y la sociedad panameñas a
partir del siglo XXI y la reversión del Canal de Panamá, Guillermo Castro,
acude a conocidos científicos del patio: Omar Jaén Suárez, Alfredo Castillero
Calvo, Richard Cooke, Ligia Herrera, Carmen Miró. Además de otros que,
no siendo panameños han estudiado el país: Lindsay-Polland, Gerstle
Mack, David McCullough, Armando Reclus, Hugo Bennet o Lynette Norr,
y algunos más.
Guillermo Castro
parte por hacer una distinción entre historia natural, historia ecológica
e historia ambiental. La primera se refiere a la historia de las especies
(animales y vegetales) en nuestro planeta; la segunda a la historia
de los ecosistemas, que han ido evolucionando, e incluso son modificados,
por las especies; y la tercera, la historia ambiental, se refiere a
la relación en el tiempo entre las sociedades humanas y el ambiente
natural. Nos dice: “la historia ambiental vendría a ser una nueva historia
general de la humanidad, con tiempos y espacios correspondientes a la
vastedad de su objeto” (Pág. 30).
Citando a O’Connor
se esclarece que, con la Historia Ambiental: “Se disipa el dualismo
entre las interpretaciones culturales y ambientales de la historia y
el paisaje” …”no son ya dos hechos separados”, “sino uno solo con tres
facetas: cultura, trabajo y naturaleza”. (Pág. 24).
Apoyándose en Worster,
Guillermo Castro, señala la importancia de esta nueva ciencia, como
una rama de las ciencias sociales: “las ciencias naturales pueden demostrar
más allá de toda duda la presencia de una crisis en nuestras relaciones
con el mundo natural, no están sin embargo en capacidad de explicar
a qué se debe esa crisis. Esa explicación… corresponde a la historia
–y en particular a la historia ambiental-…” (Pág. 25). Tres premisas
guían ese enfoque: la naturaleza es histórica y la acción humana ha
jugado un papel en ella; nuestro conocimiento de la naturaleza también
es histórico y está sesgado por el orden social (valoración del ambiente);
y las relaciones sociales que determinan la forma de relacionarnos con
el mundo natural, también es histórica.
La historia ambiental
incluye tres niveles de análisis: 1. “las formas en que los seres humanos
han reorganizado su entorno natural”; 2. “las formas en que han debido
reorganizar sus propias relaciones sociales, sus prácticas productivas
y sus visiones del mundo para lograr ese objetivo”; 3. “las disyuntivas
que ese proceso de transformaciones va dando de sí en cada uno de sus
momentos de crisis y viraje” (Pág. 50).
Guillermo Castro
deja bien claro que no hay sociedad que no modifique el ambiente. Esto
que es válido incluso para las especies vegetales y animales, lo es
mucho más para las sociedades humanas que han podido elevarse por encima
del reino animal gracias al trabajo y sus derivados culturales y sociales.
En este sentido, en el curso pudimos desmitificar la perspectiva de
algunos ambientalistas que pretenden, como ha presentado la película
Avatar, que hayan podido existir sociedades primitivas que coexistan
con el ambiente sin modificarlo.
Tanto en el libro
como en el curso, Guillermo Castro resalta un dato sobre el que pocas
veces pensamos: el ambiente natural del istmo de Panamá antes de la
Conquista ya había sido modificado por las culturas originarias, desmontando
la selva original mediante la roza y ayudando a crear el sistema de
sabanas de la vertiente del Pacífico panameño. Anecdóticamente señala
que Vasco Núñez de Balboa en su expedición al Mar del Sur no atravesó
la espesa selva del Darién que ahora conocemos, sino zonas desmontadas
y cultivadas, con caminos trazados, por las culturas prehispánicas que
allí vivían. El Darién de ahora es un bosque secundario surgido de la
desaparición de dichas culturas.
“Todo esfuerzo productivo
supone, en algún grado, un esfuerzo de reorganización del mundo natural…
Esa reorganización, a su vez, opera a través de un reordenamiento de
las relaciones dominantes en la vida social, y de las instituciones
que norman esas relaciones”, dice Castro (Pág. 24).
En la producción
de sus modos de vida, la sociedad humana construye su propio “nicho”
en la naturaleza, transformando sus elementos en “recursos” (económicos),
a través del “trabajo socialmente organizado”, las que a su vez guardan
relación contradictoria con las tecnologías utilizadas para intervenir
sobre la naturaleza. Conflicto que se expresa en “el choque de intereses
entre grupos sociales que aspiran a hacer usos excluyentes de un mismo
conjunto de ecosistemas… De estos procesos de tan singular complejidad
resultan, finalmente, tanto los paisajes que son característicos del
ambiente creado por cada sociedad en cada etapa de su desarrollo, como
las formas de valoración cultural y de gestión social de esos paisajes”
(Pág. 31).
Castro pone como
ejemplo de esa distinta valoración-gestión, las diferentes visiones
sobre el bosque tropical de las comunidades indígenas, campesinas, o
de la oligarquía ganadera y las transnacionales del agro negocio.
El moderno sistema
mundo capitalista, cuyo motor es la acumulación de ganancia, ha impuesto
un esquema “conservación” de recursos naturales en las sociedades “noratlánticas”
(países imperialistas), y “despilfarro” (saqueo) de recursos naturales
y humanos en el sur. Para justificar esa forma de “gestión” (explotación),
el liberalismo ha recurrido a diversos esquemas de valores (ideologías):
civilización-barbarie, progreso-atraso, desarrollo-subdesarrollo. Castro
polemiza con la aseveración de Raúl Prebisch (la CEPAL), según la cual,
la expansión productiva y la elevación de la productividad (en América
Latina) conllevaría por sí misma cambios en la estructura de clases
y una elevación de los niveles de vida de nuestras sociedades. Esquema
que se ha demostrado equivocado.
Al “mito del desarrollo”,
Guillermo Castro contrapone la categoría de “sostenibilidad”: “el concepto
de desarrollo sostenible no designa una solución capaz de legitimar
formas dominantes de relación entre nuestra especie y su entorno, sino
un problema: el de la incapacidad del mito del desarrollo de dar cuenta
de la crisis en que han venido a desembocar esas relaciones… subyace
en realidad el problema de forjar y legitimar las nuevas formas de gestión
de las relaciones entre sistemas naturales y sociales, que demanda la
supervivencia de la especie humana ante la crisis de las relaciones
con el mundo natural en que ha venido a desembocar el desarrollo del
modernos sistema mundial” (Pags. 33-34).
El autor da en la
médula del problema: “Lo fundamental, sin embargo, consiste en que estamos
ante un problema político –esto es, de cultura en acto-, a resolver
por medios técnicos, y no al revés… una estrategia de conservación para
el desarrollo tendría por necesidad que ser integral; participativa
y diversa..; abierta a todas las formas de organización social para
la producción… Lo evidente en todo caso, es que la conservación será
transformadora, o no será, pues el desarrollo sólo puede ser sustentable
en la medida en que conduzca a la transformación de las condiciones
que nos impiden tener una relación responsable con el medio natural”
(Pág. 40).
La conservación
será “transformadora, o no será”; y a la vez la “sostenibilidad será
humana, o no será”, sostiene G. Castro. Y humana implica “equitativa,
culta, solidaria y una relación con la naturaleza que ofrezca la misma
armonía para el mundo social (Pág. 45).
A partir de estos
criterios, Castro esboza una historia ambiental de Panamá, y sus diversas
etapas, desde la llegada las primeras comunidades agrícola-recolectoras
(hace 9.000 años), pasando por los grandes cacicazgos previos a la Conquista
española, la cultura agroganadera que impuso la colonia y su relación
con la zona de tránsito y sus diversos momentos (Camino de Cruces, Ferrocarril
y enclave canalero), para culminar en el momento en que nos encontramos,
a inicios del siglo XXI, con la desaparición del enclave y la posibilidad
de dar una nueva forma más armónica en lo social y natural a la relación
zona de tránsito – resto del país.
Para estudiar el
caso de Panamá, Guillermo Castro recurre al concepto de “civilizaciones
hidráulicas” de Wittfogel, las cuales se caracterizan por el manejo
del recurso agua (para la agricultura en gran escala, como las antiguas
civilizaciones egipcia, mesopotámica, azteca, etc.), combinando desarrollos
tecnológicos con una administración despótica de ese recurso. En el
caso panameño, en el último siglo, el recurso agua (principalmente del
río Chagres) fue estructurado en una civilización hidráulica puesta
al servicio del transporte intermarítimo, mediante una forma de gestión
autoritaria con la forma de enclave colonial regentada por el ejército
de los Estados Unidos de América. Esa forma de gestión del recurso y
de organización social, se ha descrito en Panamá bajo el concepto de
“transitismo”.
El “transitismo”
(categoría creada por Alfredo Castillero C.) ha reproducido en Panamá
el esquema de conservación-despilfarro, que el sistema imperialista
ha impuesto al resto del mundo. Transitismo entendido como monopolio
del tránsito por una potencia extranjera, que impuso una sola zona de
tránsito transístmico (Panamá-Nombre de Dios; Panamá-Portobelo; Panamá-Colón),
en desmedro de otras zonas de tránsito existentes en el Istmo prehispánico.
Esquema por el cual, el resto del país se mantiene en una condición
de supeditación a los intereses de esa zona de tránsito como proveedor
de recursos naturales y mano de obra barata, sacrificando no sólo su
“desarrollo” económico sino también la naturaleza para beneficio de
la zona de tránsito. El “país a un canal pegado”, del que habló Gregorio
Selser. Canal que puede subsistir sin el país, y país que no puede existir
sin el canal, a decir de Guillermo Castro.
El agua entre los
mares pone a pensar a sus lectores que Panamá se encuentra en un momento
histórico clave, en el que la entrada al nuevo milenio, coincidente
con la reversión del canal a la soberanía nacional, debiera conducirnos
a un replanteamiento de la relación entre la vía acuática y su relación
con el ambiente y la sociedad. El libro lanza el reto de repensar una
estructuración histórica que hemos heredado de la “cultura hidráulica”
norteamericana que ha dislocado al país, y que ahora podría evolucionar
a una relación más equilibrada, equitativa y racional con la sociedad
y el ambiente del conjunto de la república.
De allí que este
libro nos obliga a preguntarnos: ¿Estamos presenciando un proceso de
integración del canal en la economía y la sociedad panameña que resuelva
las disparidades y desequilibrios históricos? ¿Estamos superando la
forma de gestión burocrática impuesta por el enclave norteamericano
y democratizando la toma de decisiones sobre la forma de participación
del canal en la vida del pueblo panameño? ¿O se están repitiendo los
viejos vicios del enclave? ¿En función de qué intereses?
A nuestro juicio,
el problema de fondo es que la administración de la Autoridad del Canal
de Panamá (ACP), y de la burguesía panameña, se resisten a una integración
de la vía acuática que resuelva los desequilibrios sociales y ambientales
que hemos heredado del enclave norteamericano. De hecho la ACP sigue
funcionando como un enclave, sin soldados norteamericanos, y el transitismo
sigue siendo el mal que agobia la producción de los medios de vida,
y la vida misma, del pueblo panameño. Tanto el título constitucional
como la ley orgánica han separado la administración canalera del resto
del país en todos los órdenes.
El agua entre los
mares, sugiere que la política de la ACP, respecto a la fracasada ley
de la cuenca occidental y sus embalses, es la que da pie, en los años
90, a la aparición del movimiento ambientalista panameño bajo la forma
de resistencia de las comunidades campesinas e indígenas, con apoyo
popular, contra las formas de apropiación de la naturaleza, los ríos
y los embalses e hidroeléctricas puestos en función de intereses oligárquicos,
extranjeros y del transitismo.
Esa creciente conflictividad
social, generada por la persistencia del esquema transitista, en caso
de explotar, podría poner en jaque el propio tránsito canalero, según
parece inferirse del capítulo titulado “La ampliación del Canal, o el
transitismo contra el tránsito”.
De ahí la necesidad
urgente de que los sectores sociales emergentes, movimiento obreros
y populares, construyamos una nueva propuesta de país en el que la zona
de tránsito y el canal estén en función del desarrollo sostenible de
la colectividad panameña. Desde nuestro punto de vista particular, no
necesariamente el del autor, esa propuesta tiene forzosamente que expresarse
como proyecto político alternativo, popular, antioligárquico, antineoliberal
y socialista.
Bregando para hacer
realidad lo sostenido por Federico Engels, citado en uno de los epígrafes
del libro: “Únicamente una organización consciente de la producción
social, en la que la producción y la distribución obedezcan a un plan,
puede elevar socialmente a los hombres sobre el resto del mundo animal,
del mismo modo que la producción en general les elevó como especie.
El desarrollo histórico hace esta organización más necesaria y más posible
cada día” (Introducción a la dialéctica de la naturaleza).
La crisis ambiental
que padece la sociedad humana en el siglo XXI expresa una crisis social,
aun más profunda, que sólo puede resolverse por una vía política, que
transforme la relaciones sociales capitalistas imperantes para que,
transformando a la sociedad, pueda salvarse a la naturaleza, superando
la irracionalidad de la producción basada en la búsqueda desmedida la
ganancia, dando lugar a formas más armoniosas de relación dentro del
sistema social y de éste con el sistema natural.
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